Durante muchos años, creí que lo que me detenía estaba afuera: las circunstancias, el tiempo, la economía, incluso las personas a mi alrededor. Pero con el tiempo y con mucho trabajo interno, entendí una verdad que me dolió… y me liberó: el verdadero obstáculo estaba dentro de mí.

Mi autosabotaje no se presentó con un cartel, ni con un grito desesperado. Al contrario, llegó sutilmente, en forma de perfeccionismo. Todo lo que hacía tenía que ser impecable. Nunca nada era suficiente. Hacía mil y un cosas, pero no lograba terminar ninguna. Y cuando por fin alcanzaba algún resultado, me sentía frustrada. No lo celebraba. No me sentía satisfecha. Me decía: “Podía hacerlo mejor”.

Y así, sin darme cuenta, dejaba proyectos a la mitad, ideas sin terminar, sueños sin habitar. Me saboteaba. Me exigía tanto que me paralizaba. Me llenaba de listas interminables y expectativas inalcanzables, hasta que mi energía colapsaba y abandonaba lo que con tanto amor había comenzado.

¿Qué es el autosabotaje?

El autosabotaje es un patrón inconsciente de pensamiento, emoción o comportamiento que interfiere con nuestras metas, deseos o bienestar. En palabras de la psicóloga Judy Ho (2019), autora del libro «Stop Self-Sabotage», el autosabotaje es:

“Cualquier comportamiento o pensamiento que nos impide lograr lo que realmente queremos, motivado por la necesidad de evitar el dolor, el fracaso o el juicio.”

El autosabotaje no es flojera, ni falta de capacidad. Es miedo. Miedo a fallar, a ser rechazada, a no estar a la altura… o incluso, miedo a brillar más que quienes amamos.

El perfeccionismo: mi máscara favorita

En mi caso, el autosabotaje venía disfrazado de perfeccionismo. Pero cuando comencé a mirar más profundo, descubrí que ese deseo de hacerlo “perfecto” escondía emociones reprimidas, heridas de la infancia y lealtades invisibles.

Me di cuenta de que, inconscientemente, quería ser perfecta para mamá y para papá. Quería que me vieran, que me validaran, que me amaran. Y, al mismo tiempo, sentía que si era mejor que mi madre, ella me dejaría de querer. Esa lealtad invisible me hacía repetir patrones de autosabotaje para “no superarla”.

Descubrir esto fue un punto de quiebre. No solo dejé de procrastinar, también comencé a sanar. A sanar heridas ancladas en lo más profundo de mi alma. No ha sido un proceso fácil, pero sí transformador. Me ha permitido descubrir partes de mí que no sabía que existían, y que merecen ser reconocidas con amor.

Aprendizajes del camino

Este proceso me enseñó algo invaluable: avanzar no es correr, es sostener el paso. Aprendí a ir lento, a vivir un día a la vez, a no enfocarme tanto en el resultado sino en disfrutar del proceso. Entendí que si me equivoco, no pasa nada. Que equivocarme no me resta valor, sino que me da sabiduría.

También aprendí que no tengo que hacerlo todo sola. Que está bien pedir ayuda. Que acompañarse en el proceso de transformación es un acto de amor propio.

Y por eso hoy quiero compartirte tres herramientas prácticas que me ayudaron a dejar de autosabotearme y que quizás también puedan ayudarte a ti.

3 tips para dejar de autosabotearte

1. Reconoce tu patrón y nómbralo sin juicio

El primer paso para sanar cualquier herida es verla. El autosabotaje actúa desde la sombra, por eso es tan poderoso. Pero cuando le ponemos nombre, lo iluminamos.

Empieza observando cuándo y cómo te saboteas. ¿Procrastinas? ¿Evitas tomar decisiones? ¿Te distraes con facilidad cuando estás cerca de lograr algo importante? ¿Te autoexiges tanto que te paralizas?

Hazlo sin culparte. Sólo observa. Nombrar es el primer acto de poder.

«No podemos cambiar lo que no podemos ver.» – Carl Jung

2. Aprende a diferenciar la voz del miedo de la voz de la sabiduría

Muchas veces, el miedo se disfraza de “prudencia”. Pero una cosa es elegir con conciencia, y otra es postergar por temor. El autosabotaje suele hablar con frases como:

Aprende a hacer una pausa y preguntarte:
¿Esto que estoy sintiendo viene del miedo… o de mi intuición?

Cuanto más escuches tu cuerpo y tus emociones, más podrás distinguir cuál voz es la que guía tu camino.

3. Pide ayuda. Acompañarte es un acto de amor propio

Quizás uno de los pasos más importantes en mi proceso fue darme cuenta de que no tenía que hacerlo todo sola. Muchas veces creemos que pedir ayuda es signo de debilidad, pero es todo lo contrario. Es valentía. Es reconocer que merecemos sostén.

Tener un espacio terapéutico, seguro, libre de juicio, me permitió ver lo que sola no podía ver. Me permitió llorar lo que me había tragado. Y también celebrar mis avances, por pequeños que fueran.

Acompañarte en tu proceso es una inversión en tu bienestar emocional, mental y espiritual.

Una invitación desde el corazón

Si este texto resonó contigo, si sientes que algo dentro de ti te impide avanzar, si te reconoces en estos patrones… quiero decirte que no estás sola.

Yo también estuve ahí. Y descubrí que sanar es posible. Que puedes transformar tu relación contigo, con tu historia, y con tu presente.

Te invito a agendar una cita conmigo. Estoy aquí para acompañarte en tu proceso de autodescubrimiento y sanación. Podemos explorar juntas las raíces de tu autosabotaje, darle un nuevo significado y abrir el camino hacia una vida más plena, libre y auténtica.

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *