Mi perfeccionismo no apareció de un día para otro. Viene de mucho más atrás, desde mi infancia. Crecí en un entorno donde todo debía estar impecable. No podía tener una mancha en el cuaderno, la ropa debía estar perfectamente planchada, y la línea del pantalón de tela… sí, debía caer exactamente en la mitad, casi como si una regla lo midiera. Así era mi padre: exigente, estricto, controlador con los detalles. Y sin saberlo, esa exigencia sembró en mí un patrón que durante años me hizo vivir en constante ansiedad.
Crecí con el mensaje de que si quiero que algo se haga bien, debo hacerlo yo. Y no solo hacerlo, sino hacerlo perfecto. Eso me llevó a repetir las cosas miles de veces, a no aceptar ayuda, a abandonar proyectos por miedo a que “no salgan como deben”, y a vivir constantemente frustrada. Aunque por fuera parecía responsable y detallista, por dentro estaba agotada y paralizada por el miedo al error.
Con el tiempo entendí que este perfeccionismo no era mío. Era una forma de buscar amor, reconocimiento y aprobación. Era la voz de papá diciéndome “hazlo mejor” que se quedó grabada en mi cabeza. Y aunque esa exigencia tuvo la intención de formarme, hoy reconozco que también me limitó. Fue en un ejercicio de constelación familiar donde pude decirle: Papá, gracias por lo que me enseñaste, pero hoy elijo hacerlo diferente. Hoy me permito hacer, aunque no sea perfecto. Porque lo importante es terminar, avanzar, disfrutar… y mejorar en el camino.
¿Qué es el perfeccionismo?
El perfeccionismo es una tendencia a establecer estándares excesivamente altos de desempeño, acompañada de una autoevaluación crítica y un profundo temor al fracaso (Flett & Hewitt, 2002). Aunque a veces se confunde con la búsqueda sana de la excelencia, en realidad es una trampa que bloquea el disfrute, la espontaneidad y muchas veces, el progreso.
¿Cómo detectar si estás cayendo en el perfeccionismo?
Aquí te comparto 3 señales que me ayudaron a identificarlo en mí:
- Todo o nada: Si no puedo hacerlo perfecto, mejor no lo hago. Me paralizo o abandono proyectos a medias por miedo a que no queden “como deberían”.
- Autocrítica constante: Rehago lo que hago miles de veces. Nada es suficiente, siempre encuentro errores, incluso cuando los demás ya lo consideran excelente.
- No delegar nunca: Siento que nadie hará las cosas como yo, y que pedir ayuda es “de débiles” o una garantía de que algo saldrá mal.
Reconocer estas señales fue el primer paso para transformar mi relación con el error, el control y el hacer. Hoy me doy permiso para ser humana, para equivocarme y seguir. Porque entendí que el crecimiento real no nace de la perfección, sino de la acción.
Si este tema resuena contigo…
Quizás también estés atrapada en ese ciclo del “nunca es suficiente”. Si sientes que el perfeccionismo te está alejando de tu paz, de tus sueños o de tu autenticidad, quiero acompañarte.
Agenda una sesión conmigo y empieza a soltar ese peso. Juntas podemos reescribir tu historia.